Javier López

4. Los sectarios

Índice

1. El sobre.

2. Entre las llamas.

3. Williams Manor.

4. Los sectarios.

(Continuará…)

4
Los sectarios

Siento pena por la muchacha. Sé lo doloroso que es perder a alguien querido, y también sé cuánto escuecen las heridas del recuerdo si escarbas en ellas.

—¿Cómo es que esta historia no trascendió a la prensa? —pregunto.

Se encoge de hombros.

—Mi padre puede ser muy convincente cuando se lo propone, sobre todo cuando utiliza su dinero. Los criados jamás dijeron una palabra.

Asiento. De la muerte de Lady Sofía tan solo se comunicó su suicidio. De todos modos, aún sin conocer los detalles, los periodistas tuvieron material suficiente para dar rienda suelta a su imaginación.

Lorraine da una palmada cariñosa al caballo y se separa de él unos pasos, recostándose contra un árbol.

La muchacha parece sumida en sus recuerdos. Se lleva las manos a una cadena que le rodea el cuello, saca un medallón del escote y comienza a acariciarlo con los dedos con gesto distraído.

Reprimo un escalofrío. Labrada en la filigrana metálica del medallón observo, una vez más, la misma figura que ya he visto varias veces: en la biblioteca, en el tatuaje del encapuchado… y en mi visión de pesadilla entre las llamas.

—Simboliza a Cthulhu, ¿no es así? —pregunto señalando el colgante—. Venía un boceto de esta… cosa en el sobre que deslizó bajo mi puerta.

Mi voz la sobresalta, como si la hubiera forzado a despertar de un sueño. Asiente.

—Me lo regaló mi madre —explica—. Lo hizo ella misma. Sé que es abominable llevar al cuello la obsesión que la llevó a la locura, pero el día antes de que se suicidara, en un arranque de lucidez momentáneo, me dijo que me protegería y que no debía quitármelo nunca.

La muchacha deja que el medallón se deslice entre sus pechos y se frota las manos contra el vestido, como si el mero hecho de haber rozado el metal las hubiera ensuciado. Pienso en lo curioso que resulta que pueda sentir nostalgia y repulsa al mismo tiempo por el mismo objeto.

—¿Qué pasó tras la muerte de su madre? —inquiero.

—Nada volvió a ser igual —explica con tristeza—. Mi padre no deseaba más que estar solo. La pena lo sumió en la apatía. Incluso la presencia de los criados le molestaba, así que le pagó a cada uno una gran suma de dinero para que simplemente se marchasen.

»A mi hermano y a mí nos dejó ir y venir a nuestro antojo hasta que nos envió a un internado —suspira—. Salimos adelante como pudimos.

»Tras volver a Williams Manor, mi hermano se hizo cargo de los negocios y yo… he pasado incontables horas en la biblioteca y recorriendo los bosques que rodean la mansión.

Lorraine se alisa el vestido con nerviosismo. Siento que hay algo que aún no me ha contado y que parece inquietarla incluso más que los dolorosos recuerdos que ha compartido conmigo. Ahora que la presa que contenía sus emociones se ha roto, las palabras pugnan por salir.

—Hace poco más de un mes, antes de que mi padre partiera hacia Arabia, mi hermano y él tuvieron una fuerte discusión —explica.

»Yo estaba paseando por el jardín y pude oír como discutían a gritos desde el despacho de mi padre. Cuando fui para ver qué ocurría, me encontré a mi padre solo, agachado en el suelo recogiendo los restos de una estantería: en un ataque de furia, mi hermano había destrozado media habitación. Desde entonces y hasta el día que mi padre partió hacia Riad, no volvieron a hablarse.

—¿Pudo oír sobre qué discutían? —pregunto.

Lorraine niega con la cabeza.

—Tan solo escuché a mi hermano decir: «nuestra sangre es fuerte», las mismas palabras que había usado mi madre cuando éramos niños —Se encoge de hombros—. Por más que le rogué, mi padre se negó a explicarme nada, pero pude ver en sus ojos que estaba realmente asustado. Y mi hermano, como de costumbre, simplemente me ignoró… Para él soy poco más que un mueble más de la mansión.

La miro pensativo. Este rompecabezas tiene los bordes afilados y no sé por dónde agarrarlo. Solo estoy seguro de una cosa: voy a cortarme.

—¿Le dijo su padre qué objetivo tenía con la expedición a Arabia? —pregunto.

—No —responde—. Me dijo que se había animado a sufragarla porque el viaje le vendría bien y le quitó importancia. —Se muerde de nuevo el labio—. Pero creo me estaba ocultando algo: quizás intentaba protegerme.

La observo, esperando que prosiga, pero Lorraine se cruza de brazos y mira al suelo.

—Eso es todo —concluye.

Niego con la cabeza, puedo ver en sus ojos que no es así.

—Hay algo que todavía no me ha contado —insisto.

—No me creerá —dice, con un estremecimiento.

Desde el terreno abierto sopla un viento gélido, pero creo que es algo más que el frío lo que la hace temblar: la muchacha está aterrada.

Me quito la chaqueta y la cubro con ella. Estamos tan cerca que noto la tibieza de su cuerpo a través de la tela.

Lorraine sonríe agradecida. Tiene una sonrisa bonita y me descubro fijándome en un lunar que tiene sobre el labio. El olor a lilas me envuelve como un manto.

—Está bien. Le contaré todo —dice.

Levanta los ojos del suelo y me mira. Veo determinación en ellos, pero aún están empañados por la sombra del miedo.

—Pocos días después de que mi padre emprendiera su viaje —comienza—, desperté en mitad de la noche con la sensación de que me faltaba el aire… Había estado soñando con mi madre.

»El calor del verano era sofocante y me acerqué a la ventana en busca un poco de aire fresco. Entonces vi algo que me despertó de un plumazo: había luces moviéndose en el bosque, dentro de nuestros terrenos.

»Mi hermano y yo éramos las únicas personas que dormíamos en la mansión, así que pensé en ir a advertirle… Entonces, desde mi ventana, lo vi salir por la puerta principal y dirigirse hacia el bosque.

»Pensé en llamarle pero… se apoderó de mí una extraña locura. Sin pensármelo dos veces, bajé corriendo y decidí seguirlo tal y como iba: descalza y en camisón.

»Cuando llegué a la linde del bosque no había rastro de mi hermano. En cambio, vi de nuevo las luces titilando entre los árboles y escuché una especie de cántico que me puso la piel de gallina. Era la misma melodía que había oído tararear tantas veces a mi madre… Pero escucharla proferida por unas voces desconocidas en medio de la noche me pareció obsceno y aterrador.

»Mi primer impulso fue volver a la casa… pero quería respuestas. Así que me armé de valor y me interné en la espesura. Cada vez que perdía de vista las luces me dejaba guiar por la melodía.

»La luna llena me permitía ver por dónde pisaba. Recuerdo alzar la vista para mirarla: era como un ojo gigantesco que me observaba. Su luz era de una frialdad sobrecogedora.

»Por fin, llegué hasta una vieja ermita en ruinas cerca del cementerio familiar. Me acerqué con sigilo y espié desde unos arbustos… Lo que vi me heló la sangre en las venas: en medio de la ermita derruida, iluminada bajo el brillo de las antorchas, yacía una mujer desnuda sobre un altar de piedra.

»A su alrededor había una veintena de encapuchados, todos vestidos con túnicas rojas. Se mecían al son de un salmo. Y de alguna forma supe, aunque no las entendiera, que las palabras de su cántico pertenecían a la misma lengua blasfema que de niña había escuchado recitar a mi madre: «Hai ya’ai Cthulhu nyth yn’gha bthnk ch syha’h…».

Lorraine hace una pausa. Se arrebuja en mi chaqueta acercándose aún más a mí y deja escapar un par de nubecillas de vaho de su boca. Sus ojos están abiertos como platos y tienen un brillo extraño, como si se hubieran asomado a un pozo de locura insondable.

»Había algo más —prosigue—. Una forma enorme, cubierta por una tela roja, bajo la que asomaban unos tentáculos de piedra: una estatua blasfema que nunca había sido parte de la ermita y quizás ni siquiera de este mundo. Supe, sin dudarlo ni por un instante, que la figura pertenecía a aquel ser repulsivo del libro de mi madre: Cthulhu.

»El cántico de los encapuchados fue ganando en ritmo e intensidad, como buscando un clímax demencial. Y aun con la distancia, puede ver que la mujer que estaba tendida en la losa movía las caderas al ritmo del cántico de forma… lasciva —me confía en susurros, ruborizada—. Tenía los ojos en blanco y de su boca escapaban gemidos que parecían… de placer.

»Entonces, uno de los encapuchados se acercó a ella…

Lorraine se remueve, visiblemente inquieta.

»El encapuchado —prosigue tras una pausa— alzó un objeto sobre la mujer, asiéndolo con ambas manos y un rayo de luna le arrancó un brillo metálico: era un cuchillo.

»Yo… —titubea lamentándose— no atiné a reaccionar. La cadencia del cántico creció y creció hasta hacerse insoportable. Me tapé los oídos, pero de alguna forma la música seguía taladrándome el cerebro, como si las notas se hubieran transformado en sanguijuelas que reptasen por mis orejas. Los sonidos me arrastraron a un remolino en el que creí perder la cordura…

»Entonces, en el mismísimo instante en el que parecía que el universo iba a explotar al ritmo de esa música endiablada, los hombres interrumpieron el canto de forma súbita, y el encapuchado, en un movimiento fulgurante, atravesó limpiamente el pecho de la mujer con el cuchillo —gime Lorraine, temblando bajo mi chaqueta de forma descontrolada—. Yo… ahogué un grito. Y él, oyendo el ruido, se giró bruscamente en mi dirección. La capucha se le cayó hacia atrás al girarse y pude ver que era… era…

No le salen las palabras, así que completo la frase por ella.

—Su hermano —digo.

Lorraine deja caer la cabeza y rompe a llorar desconsoladamente. Sus hombros se agitan al ritmo del llanto. La dejo desahogarse sin atreverme a pronunciar palabra.

—Salí huyendo de allí —prosigue tras recuperarse un poco—, de vuelta a la mansión, sin mirar atrás. Sin saber si me estaban persiguiendo o no. Estaba tan aterrorizada que lo único que se me ocurrió fue correr hasta mi habitación y encerrarme con llave. No me atreví a intentar llamar por teléfono a la policía desde el despacho de mi padre. Estuve esperando durante horas a oír pasos en la escalera, y que esos hombres, dirigidos por mi hermano, me arrastraran de vuelta hacia aquella estatua horrible… Pero nada de eso ocurrió, desperté bien entrada la mañana en mi cama: en algún momento debí caer rendida.

La observo largo rato y pienso en todo lo que me ha contado. Efectivamente, no iba desencaminado: la jaula oxidada de Williams Manor está llena de fantasmas. Fantasmas que se retuercen como anguilas atrapadas en una red.

—No me cree, ¿verdad? —inquiere, al ver que no digo palabra. Hay una chispa de desafío en sus ojos.

Y la verdad es que posiblemente no la hubiera creído… de no ser por haber vivido yo mismo una situación igualmente extraña y terrorífica. Antes de este día me imaginaba a Lorraine William como una niña mimada viviendo en un palacio de cristal… pero ante mí tengo a alguien que no ha dudado en enfrentarse a la oscuridad con tal de ayudar a su padre.

—La creo —le digo. Y puedo ver en sus ojos que esto la alivia enormemente. Suspira. Y por fin, sus hombros se relajan y se apoya agotada contra mí, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima.

»¿Qué pasó a la mañana siguiente? —inquiero.

—Salí de mi habitación y me encontré con que estaba sola en la casa —dice, mirándome a los ojos—. Me aventuré de vuelta al bosque, hasta la ermita. Y aunque ya lo presentía, confirmarlo me abrumó: no había ni rastro de todo lo que había visto la noche anterior: aquella estatua monstruosa se había esfumado y en el altar no había ni una gota de sangre.

—¿Y su hermano? —pregunto.

—Me lo encontré a mi vuelta, en el jardín… Dando unas caladas a su pipa y sonriendo. Cuando me vio, hizo un gesto hacia mis brazos y piernas llenos de arañazos y dijo con sorna: «¿Una noche ajetreada? Ten más cuidado: has llenado el suelo de pisadas de barro».

Lorraine se estremece bajo mi chaqueta.

—Es decir, usted cree que su hermano la vio…

—Sí —Me interrumpe con suavidad y sin apartar la mirada de mí ni un momento—. Estoy segura. Está jugando conmigo por algún motivo que desconozco. Creía que la pesadilla que comenzó con aquel libro había acabado, pero tan solo estaba incubándose de alguna forma dentro de mi hermano… Creo que él ha creado un culto en torno a… ese ser repulsivo. Y también creo que es el culpable de la desaparición de mi padre.

—¿Desde aquí? ¿Sin haber puesto un pie en Arabia?

—Ya se lo dije: mi hermano es un hombre poderoso.

Me separo de ella unos pasos. De forma instintiva me llevo la mano al bolsillo en el que guardo la petaca, pero interrumpo el movimiento: mi chaqueta sigue sobre los hombros de Lorraine.

—¿No fue a la policía? —consigo articular, reprimiendo a duras penas la mordedura insidiosa que me provoca la necesidad de alcohol… Y de inyectarme.

—¿Con qué pruebas? —se lamenta—. Acabaría en el manicomio. Mi hermano lo sabe y por eso está tranquilo, no ve en mí una amenaza para sus planes, sean los que sean.

Miro una vez más hacia Williams Manor. Un relámpago rasga las nubes de tormenta que se ciernen sobre la mansión, acompañado al tiempo de un trueno lejano.

—Deberíamos entonces confrontar a su hermano…

—¡No! —exclama Lorraine con ojos espantados—. Si lo hace intentará algo contra usted. Por el momento aún no sabe que usted existe y eso… nos da una ventaja.

—No estaría tan seguro —digo con un encogimiento de hombros—. De hecho, creo que ya lo ha intentado.

—¿A qué se refiere? —pregunta Lorraine ansiosa.

Le cuento todo lo que me ocurrió anoche: el libro sobre Cthulhu que encontré en la biblioteca y su posterior desaparición, el altercado con el encapuchado, la persecución en la playa y como el hombre acabó inmolándose delante de mí… Pero omito contarle la visión de pesadilla que tuve en las llamas: ni siquiera yo estoy seguro de lo que vi.

—Mi hermano… —Se detiene, pensativa—.  Debió seguirme cuando le entregué el sobre. Y luego envió a ese hombre para quitarle de en medio —Razona—. Por algún motivo que desconozco parece que quiere asegurarse que nadie encuentre a mi padre.

No quiero darle falsas esperanzas a la muchacha, pero algo me resulta obvio.

—Si realmente no quieren que nadie lo encuentre —digo—, podría significar que su padre sigue con vida.

—Mi padre está vivo —asegura con convicción—. De alguna forma lo sé. Tengo que encontrarlo. ¿Pero cómo? No me he sentido tan sola en mi vida.

Lorraine tiembla bajo mi chaqueta, abatida.

Quizás es un impulso desencadenado por el síndrome de abstinencia de llevar demasiadas horas sin pincharme morfina, o quizás es otra cosa, pero no puedo evitarlo: me acerco y la tomo del brazo en un gesto protector.

Lorraine me mira con un atisbo de esperanza. Sus ojos son como dos lagunas de aguas verdes en las que podría ahogarme si fuera el hombre que era antes… Antes de que perdiera todo aquello que amaba y que daba sentido a mi vida. Antes de volverme un saco de carne y huesos sin corazón. Antes, cuando era capaz de sentir.

Estoy a punto de apartarme de ella y escabullirme de allí para no volver jamás. Sin embargo, me sorprendo diciendo:

—Iré a Riad —le digo—. Intentaré encontrar a su padre.

—Gracias —dice, dejando escapar un suspiro de alivio. Se muerde el labio, un gesto al que me estoy acostumbrando, y añade—: Lo he estado pensando y… quiero ir con usted.

—No —Niego con voz tranquila—. Dejaré a alguien aquí, en Nueva York, para asegurarme de que esté a salvo. Trabajo mejor solo.

—De eso ni hablar —dice levantando la barbilla—. Yo voy con usted: si hay alguien que sepa algo sobre a qué nos enfrentamos, esa soy yo.

La contemplo divertido. Pero la verdad es que tiene razón. Sus conocimientos sobre su familia y el grimorio podrían ser útiles. Y posiblemente esté más segura lejos de su hermano y de los… sectarios, o lo que sean los encapuchados.

—De acuerdo —digo.

Lorraine sonríe y se yergue animada.

—Ah, ¿sí? —Se pasa una mano por el pelo. Sus dedos empiezan a jugar con un mechón distraídamente; de pronto se para y se suelta el rizo—. En ese caso, ¿qué hacemos aquí parados? ¡Rumbo a Arabia!

Sonrío.

—Antes de partir hacia Riad, tenemos que visitar brevemente un lugar —le digo.

—¿Qué lugar? —pregunta arqueando una ceja.

—El Asilo de Lunáticos de Nueva York.

Continuará

¡Continuará en las próximas semanas!

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¡Pronto más!